Hasta ahora quienes nos quedábamos sin internet en casa, teníamos varias opciones: pillar el wifi del vecino, acudir a un centro público tipo biblioteca, llegarnos a un locutorio, o la más agradable, a un cybercafé. El pueblo de Paull, en el noreste de Reino Unido, no tiene tantas opciones, y en realidad sólo una aunque curiosa. Quienes necesitan internet, han de acudir a la iglesia. Los habitantes de este pueblo pueden navegar por la red gracias a la parroquia de San Andrés  que tiene instalada un transmisor de radio sobre el campanario. No ha sido fácil, pero al final, hay internet.

Y ello es posible desde de que una familia de la zona, harta de no tener servicio de conexión por la lejanía de los centros urbanos, decidió establecer su propio sistema de acceso.

Junto con un vecino, los Taylor convencieron al párroco de San Andrés, la iglesia local que está en pie desde el año 1355.

Probaron el sistema por casi un año, estableciendo conexiones con casas cada vez más alejadas para ver cuánto resistía. A fines de septiembre salieron a ofrecerlo como un servicio público.

«Estamos recibiendo llamados de vecinos que quieren conectarse, por el momento llegamos a casas a 23 millas (37 kilómetros) del poblado», explica Taylor.

El servicio, bautizado «The Hubb», no tiene fines de lucro: cobran US$40 al mes para mantenimiento y parte se destina a las labores de mejora en la iglesia.

Fuente: BBC

Erré al comienzo del artículo. Los vecinos de Paull sí que tienen Cybercafé. Y es que la iglesia, lista como ha sido siempre, no ha tardado en encontrar el filón que la exclusividad de la era internet les ofrecía. Como un regalo caído del cielo, y nunca mejor dicho, la vida de todos ha mejorado en el pueblo. Los habitantes tienen internet, y la parroquia de San Andrés tienen un negocio no lucrativo con el cual han conseguido captar nuevos fieles.

La cyberiglesia no tardará en ponerse de moda en más lugares, eso seguro. Y si no lo hace es porque, en estos tiempos, casi todo el mundo goza de línea de internet. Y el que no la tiene, que rezen las compañías telefónicas, porque un usuario sin internet es más peligroso que un demonio, y si no que me lo digan a mí cuando Orange decide cortarme la conexión, siempre el momento clave en que tengo que enviar un artículo.

Una vez más, y aunque tal vez lo que cambia es el contexto, vemos cómo la iglesia acude al auxilio del necesitado. A quién tiene hambre, la iglesia da pan, a quien tiene sed, le sirve agua, que no vino, más que les pese a algunos, y si acaso, bebida caliente con tortas. Y a quién respira hoy el aire de la era cibernética, la cyberiglesia, le abre sus líneas de internet. Caído del cielo, internet ha obrado el milagro, de acercar a la iglesia incluso a los más rezagados.


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