Aunque religión y normas de educación y respeto social nos hayan querido educar para ser buenos, solidarios, tener empatía y no alegrarnos del mal ajeno, no hemos podido evitarlo. Que eso de poner la otra mejilla es una bonita historia pero que no casa con la realidad cruel. Y esto no lo digo yo, lo dice la ciencia, y no han aclarado si es genético o instintivo en el ser humano, pero un grupo de investigadores ha comprobado que el cerebro disfruta viendo sufrir  al enemigo. La venganza  del enemigo  es sumamente placentera. Y si el dolor es físico, mucho mejor.

Para llegar a estas conclusiones se estudio a 19 personas de raíces judías quienes vieron dos videos: uno con una serie de actores que interpretaban a neo-nazis y otro con personas simpáticas y amigables. En el primer video, las personas eran torturadas de diversas formas.

De esta manera, los expertos descubrieron que los voluntarios de origen judío reaccionan positivamente en la observación del dolor físico en personas “que no eran de su agrado”.

Fuente: Revista Voces del Misterio

Aunque dice el refrán que «A enemigo que huye puente de plata», lo cierto es que más que dejarle marchar preferimos verle sufrir. Sobre todo, si ese enemigo nos ha hecho alguna que otra jugarreta indigna de nuestro perdón. Hay muchos tipos de enemigos, aquéllos enemigos de primer grado, que suelen ser los compañeros de la escuela que se alejan para nosotros de concepto de compañerismo por habernos desafiado a tener alguna que otra rencilla con ellos. Sin embargo, al cabo del tiempo, cuando ambos sóis producto de la vida y la experiencia os ha marcado conducidos por caminos distintos a los habituales, un día os encontráis y te sorprende cómo ese enemigo adolescente te recibe con brazos abiertos en un abrazo de entusiasmo por el reencuentro.

También están los enemigos de segundo grado, aquéllos cuya enemistad no ha nacido de nosotros mismos, sino que viene fruto de rumores, habladurías y rencillas familiares o vecinales. Muy comunes en las comunidades de vecinos. Las consecuencias de dicha enemistad, son variadas, así como la gravedad del rencor y la venganza. Como ejemplo, ahí tenemos la muerte de amor, por la venganza familiar jurada entre acérrimos enemigos que protagonizan los jóvenes Romeo y Julieta.

Finalmente están los enemigos ideológicos que perduran en la historia marcando el avance de la humanidad. Este tipo de enemigo es el que más tristeza, desolación y guerras causa a las naciones. Su venganza dura y hasta revive a través de los siglos, como una llama que hay que mantener candente y cuyos descendientes se encargan de avivar generación tras generación, unas épocas más, mientras que otra parece morir aunque sólo lo parece.

Si no existiera la venganza, el mundo sería infinitamente mejor. Y nuestra vida también. Dícen que el rencor incluso provoca problemas de salud. Sin embargo, hoy científicos nos revelan algo triste, y es que el cerebro humano disfruta con el sufrimiento real en la venganza del  enemigo, y si ese sufrimiento no es sólo emocional, sino cruel, el placer aumento.


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